Se trata de un artista con un camino ya extenso y nutrido de realidades y muy granado. A uno se le antoja que el quehacer artístico de este escultor está determinado por un dato esencial: reducir la materia a sensaciones y a la vez convertir las sensaciones en ideas. No es que amador sea cerebral. Es que sus esculturas, a mi modo de ver, son definiciones puras. Su mano simplifica los volúmenes hasta encontrar desnudamente sus entrañas; es decir, las estructuras, y así se ve como amador reduce los sentimientos a álgebra, a la síntesis de las cosas. Ante una escultura de amador el espectador experimenta cierta desazón porque se siente interrogado. Cada obra es una pregunta filosófica, aunque suavizada por una plástica brillante.
Manuel Vicent
Foto: José Pañeda